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Un novio «celoso» y que «tenga su punto chulo», el ideal que dibujan algunas adolescentes.
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«Sal a la calle cinco minutos, pero mira al suelo, no a la gente», le ordenaban a una víctima.
«Que con 15 años, tu chico te recoja con coche a la puerta del instituto, mola mucho». ‘El amor no es la hostia’, rezaba una exitosa campaña publicitaria que buscaba tumbar lo que cada vez es una idea más extendida entre nuestras adolescentes. Que un novio controlador, que vigila la ropa que se ponen, que las conmina a darles las claves de sus redes sociales, que incluso les da algún golpe que otro, ese es un novio coladito hasta los huesos. Hipnotizadas por una creencia como la de Marina Marroquí, una joven de Elche autora de la frase que abre este texto. Eso pensaba ella siendo adolescente. Cuando la enamoró un chaval de 20 años, el dueño del cochazo, un encanto inicialmente. Hasta que se transformó. Sufrió palizas. Quemaduras. La forzaba a tener relaciones sexuales. Luego le pedía perdón. Se tiraba seis horas llorando. Le regalaba flores y peluches. Marina le perdonaba. Y reemprendía el descenso a los infiernos del maltrato. Así durante cuatro años.
Hoy Marina tiene 28 años, es educadora social y pone la voz en grito por colegios e institutos frente a lo que durante demasiado tiempo guardó silencio: la violencia de género entre adolescentes.
Su testimonio es la punta del iceberg. «Debemos prestar especial atención a erradicar esta lacra. Y lo debemos hacer con las propias armas de los adolescentes, las nuevas tecnologías y las redes sociales, y educar a nuestros hijos en la igualdad y el respeto desde sus primeros años de vida». El presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial fue rotundo hace dos semanas durante la inauguración del congreso del Observatorio de Violencia de Género y Doméstica. Carlos Lesmes puso negro sobre blanco una realidad a combatir con el día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer (próximo 25 de noviembre) en el horizonte: los malos tratos se hacen cada vez más fuertes entre los adolescentes. Por algo unas 40.000 menores de entre 14 y 19 años han sido maltratadas en los últimos cinco años a manos de sus novios en España. Es la estimación del Poder Judicial, que deja la cifra en unas 4.000 en la Comunitat. Fuentes jurídicas y policiales sitúan en más de 900 las jóvenes que este año serán víctimas de violencia de género o doméstica (en sus hogares, a manos de familiares). Piensen en hoy domingo. Según esta fría estadística, tres chicas sufrirán hoy un golpe, un grito o una vejación a mano de quien creían una persona amada.
«La educación es la vacuna contra la desigualdad y la violencia de género. Hay que educar desde la niñez en la igualdad. Tenemos que abrir los ojos de los adolescentes para que no se dejen llevar por los estereotipos machistas», subraya José Antonio Burriel, responsable de la asociación No Más Violencia de Género y reconocido el año pasado por el Gobierno de España por su lucha de concienciación contra los malos tratos.
Ser «guarra con el novio»
Marina, la adolescente maltratada y hoy azote contra la violencia de género, ha recorrido en dos años decenas de centros escolares. En sus charlas practica una actividad que retrata la equívoca concepción que muchas adolescentes tienen del amor y de las relaciones sentimentales. La joven de Elche les pide que dibujen su ‘chico ideal’ y que pongan al lado algunas de las características que anhelan en él. «Que tenga su punto chulo» o que sea «celoso» son dos de las sorprendentes peticiones de sendas jóvenes. Algunas de ellas aspiran a ser «ninfómanas» o «guarra con el novio», haciendo suya la concepción machista y sexista que impera en muchos ámbitos de la sociedad.
«Ellos han aprendido que su novia debe estar para todo lo que el quiera, que tiene que hacer las cosas como él piensa que están bien, que no debe tener amigos porque eso le da celos, que tiene que enrollarse con él cuando a él le apetezca… Y se siente legitimado para hacer lo que sea para que su novia cambie y se adapte a ese modelo. Ellas aprenden que por amor se debe ceder, que el control es porque se preocupa por ella, que los celos son muestra de amor, que si lo quiere lo bastante él cambiará por ella… Y acepta mucha imposición de su novio por un falso concepto del amor», es el binomio de personalidad que describe Juan Ignacio Rodríguez, psicólogo con más de dos décadas de experiencia en el combate de la violencia machista.
La propia Marina recuerda cómo ella distorsionaba los actos de su demonio. «Él venía a casa y no quería que saliéramos. Durante la semana me quitaba los vestidos con escote y el maquillaje. El fin de semana me atiborraba a pizzas y helados. Engordé 10 kilos. Me decía que le gustaba y que no quería que le dejara. ‘Si adelgazas te vas a ir con otro’, me camelaba. Y yo creía que era por lo mucho que me quería».
Aislamiento, humillación…
Carmen Ruiz Repullo es socióloga y autora de ‘Voces tras los datos’, uno de los estudios más completos sobre el auge de la violencia de género entre adolescentes. Y dispara directa a la diana de las causas: «La adolescencia sigue pensando que ‘unos pocos celos son una demostración de amor’, que ‘la media naranja existe’ o que es posible ‘cambiar a una persona por amor’. Estas creencias son la base para la formación de relaciones de pareja tóxicas que en muchas ocasiones acaban en formas de violencia de género a través del control, el aislamiento, las humillaciones, los insultos, la violencia sexual y la violencia física».
El Instituto Nacional de Estadística arroja otros dos datos que constatan cómo el machismo echa raíces cada vez más precoces entre los adolescentes. En 2013 y 2014 eran 93 las menores de 18 años con una orden de protección por violencia doméstica o de género en la Comunitat. El año pasado la cifra ascendió ya a 133. Y en 2016, con la proyección de tres casos de maltrato adolescente por día, la alarma apunta a cotas aún más elevadas. E idéntica poco halagüeña perspectiva con las órdenes de alejamiento sobre adolescentes. De las 23 dictadas en 2014 en la región se pasó a las 32 del año pasado, un incremento del 31%.
«Si salía a lo mejor con mi madre a comprar al supermercado o a algún sitio, tenía que pedirle permiso a mi novio. Me decía: ‘Cinco minutos. Te doy nada más que cinco minutos y cuando vayas por la calle quiero que vayas mirando al suelo, no quiero que mires, ni que te mire la gente’», relata una joven de 19 años víctima de maltrato en el estudio de la socióloga Ruiz Repullo.
Y del control y las humillaciones, la frontera con las agresiones físicas es tremendamente estrecha. «Un día llegó borracho y empezó a pegarme. Yo al principio me creía que era de cachondeo, lo típico que te dan un empujón y claro yo con la risa. Entonces cuando empezó a pegarme de verdad, me di cuenta, ¡me está pegando!, y así pues fue pasando el tiempo, fue pasando el tiempo», relata también a la experta una víctima de 18 años que estuvo… dos años con su agresor. El maltrato como ‘juego’ es uno de los elementos sobre los que alerta Marina en sus charlas. Otra herramienta que emplea es el ‘violentómetro’ (reproducido bajo estas líneas), con el que muestra a las adolescentes hasta qué punto son peligrosas las conductas de sus parejas.
La «negativa» televisión
Películas como ‘Tres metros sobre el cielo’, programas como ‘Mujeres, hombres y viceversa’, anuncios sexistas… son algunos de los elementos de nuestra sociedad en los que todos los expertos coinciden como perniciosos y origen de muchos malos tratos. «Son absolutamente negativos. Debería haber un comité de control y ética de contenidos televisivos para evitar crear estereotipos de que el malo es en realidad lo mejor, cuando es de quien hay que estar alejado y mantenerlo al margen de tu círculo».
Marina Marroquí no olvida los cuatro años en que fue víctima de golpes, quemaduras, insultos, humillaciones, violaciones… «Una de cada tres víctimas tiene una visión distorsionada del amor», subraya la joven ilicitana. La educación y la concienciación de los jóvenes son las únicas armas para sacar a las adolescentes de su cueva. A Marina no le duelen las muchas cicatrices que tiene de aquellos días. «La violencia psicológica y sexual te deja mucha más huella». Pero ella gritó. Rompió las cadenas. «Hoy estoy casada. Llevo siete años con mi pareja».